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Ciencia y literatura: las débiles fronteras de la ficción | |||
La literatura es una ficción de la realidad. Cualquier género literario, incluido el ensayo, es en rigor una ficción. La ciencia también es una ficción de la realidad, pero una ficción todo lo objetiva, inteligible y dialéctica que, en cada momento y lugar, sea posible". Ejemplos de científicos metidos a escritores de ficción abundan: el sudafricano J. M. Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura, estudió matemáticas; el químico vienés Carl Djerassi y el patólogo mexicano Francisco González Crussí son exitosos novelistas. También encontramos científicos cuya obra tiene una calidad literaria fuera de lo común: Italo Calvino consideraba que Galileo Galilei ha sido "el mejor escritor en prosa de todos los tiempos" en la lengua italiana, y Charles Darwin fue uno de los escritores más leídos de su época. La ciencia como refugio Recordemos a Ernesto Sábato, quien murióhace unos meses, apenas antes de cumplir cien años de edad. Joven promesa de la ciencia latinoamericana en la primera mitad del siglo XX, abandonó los laboratorios cuando perdió la confianza en la investigación científica. Décimo hijo de once hermanos, Sábato vivió su infancia entre la serenidad de la provincia argentina, el estoicismo y desesperación de su madre y la severidad de su padre. Estudió primaria y secundaria en La Plata y, durante su adolescencia, se volcó en los libros de ficción como quien encuentra una tabla de salvación: Emilio Salgari, Julio Verne, Jean-Jacques Rousseau, Friedrich von Schiller, Anton Chéjov, Nikolai Gogol… Al paso de los años se enroló en las juventudes comunistas hasta terminar desencantado, "espiritualmente destrozado" y fue a encerrarse al Instituto de Físico-Matemática de la Universidad Nacional de La Plata. Extrañamente reconfortado por el orden que podía encontrar entre números, geometrías, ecuaciones, leyes… terminó su doctorado en física y, con el apoyo del gobierno de su país, emigró a Francia para colaborar en el Laboratorio Curie en París, con la firme intención de especializarse en radioactividad atómica. Pero la historia terminó de otra manera. En París se amistó con ilustres miembros del grupo surrealista: Wilfredo Lam, Benjamin Péret, Tristan Tzara, Roberto Matta. Alternaba el trabajo preciso, arduo –y fuertemente rutinario– en el Laboratorio con las locuras irrefrenable de aquellos artistas. Sábato dejó Francia y se mudó al Massachussetts Institute of Technology, donde trabajó sobre rayos cósmicos. Pero el daño ya estaba hecho: volvió a Argentina convencido de que debía abandonar la investigación científica para dedicarse a la literatura. Y eso hizo, eludiendo el rechazo de las editoriales que se negaban a publicar sus escritos: "¡qué va a escribir una novela un físico!", hasta conseguir el reconocimiento de la crítica (de paso, ganar el Premio Cervantes de Literatura en 1984) y –más importante aún– establecer una complicidad inquebrantable con una pléyade de lectores que se entregaron a aquel hombre de quien se llegó a decir: "Sábato deja la ciencia por la charlatanería". La ciencia como escape Recordemos a otro argentino, Jorge Luis Borges, quien murió hace un cuarto de siglo. Para bien o para mal, su obra representa una de las influencias más notorias en la literatura mundial. Además, lo mismo que Mozart, Da Vinci o M. C. Escher, en el caso del arte, el nombre de Borges suele aparecer con sorprendente frecuencia en boca de los científicos; una cita célebre, el fragmento de algún cuento o la porción de un poema aparecen constantemente en la prosa científica. Para buena parte de la comunidad de investigadores, Borges es uno de los suyos. Hijo de un matrimonio que formaba parte de una familia con luenga tradición aristocrática y militar, Jorge Luis Borges pasó jornadas interminables en la inmensa biblioteca de literatura inglesa que su padre edificó dilatadamente. Allí supo entender que "la imaginación y las matemáticas no se contraponen; se complementan como la cerradura y la llave. "Como la música, las matemáticas pueden prescindir del universo, cuyo ámbito comprenden y cuyas ocultas leyes exploran". Allí también descubrió el quadrivium surgido de la tradición pitagórica –aquellos grandes adoradores de los números– esa filosofía educativa que trataba de replicar el aparente orden y la armonía del Universo, a partir del estudio de cuatro ciencias, en el cual lo esencial siempre estaba enraizado en las matemáticas: aritmética, astronomía, geometría y música, de allí probablemente su interés por la ciencia. La ejemplar obra de Borges ha sido calificada como atípica y original, con características comunes al trabajo científico: la búsqueda o el establecimiento de un orden en el universo, la clasificación de los objetos, la presencia del azar y la incertidumbre. Así como la ciencia, las historias de Borges se ramifican casi infinitamente, parecen estar contando siempre alguna otra cosa más; esa mezcla tan bien dosificada de fascinación y misterio que gusta a científicos; la paradoja, los viajes en el tiempo, el desdoblamiento de la personalidad, la naturaleza del tiempo, los libros indescifrables, el infinito indescriptible, los claroscuros de la muerte, la seducción del espacio. Poética del Universo No son pocos los puntos de contacto entre la ciencia y la literatura. Quizá por ello el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge afirmaba asistir a clases de química "para enriquecer mis provisiones de metáforas" y el matemático alemán Karl Wierstrass sostenía que "un matemático que no tenga al mismo tiempo algo de poeta, nunca será un matemático completo". | |||
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domingo, 12 de febrero de 2012
Similitudes entre literatos y científicos
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